lunes, 12 de marzo de 2007

El efecto soja sobre la TV

Todos sabemos de aquella telaraña que tejen los medios y que, la utopía objetivista, lejos de hacerse realidad... No existe. También, hemos sido testigos de la configuración mediática de cada medio en el trayecto histórico del país. Pero creo que vale la pena leer este artículo, que independientemente de todo tipo de subjetividad que pueda asociarsele, tiene mucho de cierto. -Para leer la versión ampliada y completa ya saben a donde dirigirse. No me gusta publicitar espacios en internet...-

Lo peor de Gran Hermano no es la escasísima actividad cerebral que registran sus voluntarios rehenes; tampoco lo son sus lenguas entumecidas y enredadas que cuchichean medias palabras y frases ininteligibles. Ni siquiera es lo más grave que la mayor parte del tiempo sus protagonistas parezcan animalitos invertebrados (casi siempre están acostados, o en planos inclinados, apoltronados, como muñecos desarticulados). Ni resulta lo más preocupante que sus pulsiones básicas se expresen retorcidamente con una morosidad exasperante (nadie hace nada concreto por temor a perder). También habrá quienes estarán tentados de pensar que lo más jorobado de todo es que el meollo del "juego" -esta palabra y sus derivados son insistentemente pronunciados por conductores, panelistas, participantes y ex del polémico reality show como si así conjuraran sus efectos negativos- consiste en expeler rápidamente a los más débiles en tanto que los más "aptos" trazan frágiles alianzas que terminan forzosamente en sucesivas traiciones para salvarse y seguir en carrera (gana, claro, el último en abandonar la casa).
Lo más nocivo de Gran Hermano no son algunos de sus contaminados contenidos (que en dosis más controladas serían casi inocuos), sino su impresionante aparataje de difusión, que lo envuelve todo y del que resulta imposible escapar. Hasta no hace mucho si uno no quería saber nada de un programa era suficiente con que no lo sintonizara. Pero ahora ya no es tan fácil zafar. Con cinco emisiones diarias y cinco semanales de GH por Telefé, el rebote continuo en los ciclos chimenteros de varios canales, los avances constantes en las promociones en pantalla, los avisos de grandes dimensiones y la repercusión periodística en los diarios, las tapas de varias revistas y un canal de cable, que le dedica sus 24 horas, si usted todavía no vio ni oyó ni leyó nada o casi nada sobre Gran Hermano es porque vive en otro país o, más bien, en otro planeta (porque varios sitios y blogs están que arden en Internet y con la Web no hay distancia que valga). Ahora bien, ¿no es la variedad, lo diverso, la base de un sano ámbito democrático? Dicho en sentido contrario: ¿lo monotemático, machacado y repetido constantemente sin respiro, no implica un claro mecanismo propagandístico y adoctrinador más propio de los autoritarismos? Se dirá, y es cierto, que GH ni de lejos nos quiere inculcar a Hitler o a Fidel Castro. La gran pregunta para académicos, profesionales de la psicología y -si algún día llegara a despertar- también para el Comfer es: ¿qué tipo de lavado de cabeza pretende hacer Gran Hermano sobre su audiencia (y, en menor medida, sobre los muchos que no lo ven) con este grado pavoroso de intensidad mediática que ostenta?
Como la soja que tantas ganancias les deja a los productores agropecuarios argentinos (pero a costa de irles esterilizando sus tierras si no saben, o no quieren, alternar con otros cultivos), programas de la naturaleza expansiva y devastadora de GH tienden a acentuar la aridez creciente de la TV abierta y su primera víctima directa es la ficción. (...) La aceleración en el número de estrenos televisivos (y de consiguientes caídas y fracasos) es una prueba de cómo el "efecto soja" va haciendo estragos y lleva a callejones sin salida a los programadores (...).
Por Pablo Sirvén (diario La Nación, domingo 11 de marzo del 2007)

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