domingo, 22 de julio de 2007

Mi temida finitud

Todas las mañanas -o casi todas- me levantaba pensando si hoy no sería mi día final. Me aterrorizaba pensarlo. Por más que intentaba dejar de hacerlo, me atosigaba a mi misma con esa duda.
Tenía un programa especial y metodológicamente calculado para evitar la llegada de mi final. Hacia lo posible para evitar lo insalubre: las grasas que pudieran saturar mis arterias, los alimentos transgénicos que en un período acelerado producirían un aumento de mis células cancerígenas, la sal que alimentaba la hipertensión, y así, le seguía una lista interminable de precauciones.
Abandoné el que fue mi compañero de adolescencia y de casi todo mi ciclo universitario: el cigarrillo. Y aunque fumar me gustaba, me dañaba. Enseguida lo aparte de mi vida.
Todos los días de mi pasado, e incluso hasta hoy, sigo tocándome a diario mis zonas linfáticas, quizás porque puedo hallar alguna protuberancia ajena a mi cuerpo. Mis últimos análisis clínicos los hice ver por tres distintos médicos.
Evitaba películas en donde la protagonista muriera por alguna enfermedad fulminante, pero devoraba horas de mi vida viendo informes sobre casos forenses de temas post-mortem.
Durante largas jornadas de charlas con amigos, siempre mi intervención apelaba a evitar cosas dañinas. Varias risas y gestos de intolerancia se dirigían hacia mi precavida existencia. Existencia que analizaba hasta cuestiones de acción moral, e incluso en lo que respectaba a los sentimientos. ¿Qué debía o no hacer? Era mejor quedarse con la duda que arriesgarse y salir lastimado.
En fin, aún sigo inquiriéndome si ese temor al final irremediable era, por miedo a la muerte y a lo que vendrá con ella, o si bien no me alegraba la idea de dejar de existir, no por egocéntrica o creerme que “como podía seguir el mundo sin mi?!” sino que me gusta vivir, me gusta la vida y amo a quienes la comparten conmigo.
He llegado a la sabia conclusión de que existe un altar de cosas inevitables. Entre ellas, los sentimientos. No podemos manipularlos me decía un gran amigo. Hay cosas que no se pueden evitar, hay cosas que pasan y están fuera de nuestro control, decía una hermana del alma.
Siguiendo algunas líneas de aquel filosofo que habiendo sido para mí una gran aflicción, hoy me sirve en algunos aspectos como mi guía. No sólo somos Ser sino Deber ser... Kant pronuncio ésto en una oportunidad, y aquí reside aquella cuestión que, además de ser hombres, nuestra existencia no está, ni debería estar, delegada a una existencia pasiva, de supervivencia, de satisfacer necesidades... sino que, según mi imprudente entender, debemos preocuparnos por aquella conciencia moral, lo que debemos hacer, recuperar valores, cuestiones que han estado siendo omitidas en un sin fin de ocasiones ... debemos dejar de pensar tanto en la muerte, en el temor que ésta conlleva -en el más allá- y apreciar lo que tenemos en el mundo, que no es otra cosa que el acá mismo, y si bien interminables cosas se han hecho para postergar la muerte, la misma vida la contiene en si misma...
Mientras tanto, omitimos disfrutar el mas acá, los sentimientos, las pasiones, la naturaleza, las sensaciones, y contradiciéndome con “Mi Gran Platón”, son éstas últimas las que me han permitido sentir y me han hecho erizar en varias oportunidades...
Y es así que, de tanto en tanto, sigo preguntándome sobre la vida, y mucho más sobre la muerte, pero sobre todo, he aprendido a disfrutar más el fuego de la tierra que quema nuestros pies en verano, y aquel (como decía un canta-autor) “(...) frio de agosto en los huesos, como un bisturí”.
Buscarle el sentido a mi existencia y a mi muerte es un proceso dialéctico, y como tal, no se detiene, sin embargo he aprendido a dejarme llevar más, a disfrutar sin tanta restricciones, a arriesgarme, ya que si no lo hago no sabré nunca el resultado, y ya no me gusta quedarme con la duda. He aprendido que las personas no siempre mienten, ni son todas iguales, he cedido muchas veces y lo haré muchas más. Mientras tanto, sé que se acerca el final, pero cuando llegue, por lo menos no habré estado toda mi vida pendiente de él.
Haciendo oídos a mis pares, debo alejarme de este temor al final existencial, no sé si para dejar atrás una actitud ególatra, sino que nos pasamos nuestra vida, temiendo y haciendo malabares para impedir lo que, en realidad, es inevitable: Nuestro Fin.

No hay comentarios: